Hace una década, Édgar Rentería se volvió a bañar de gloria con el batazo ganador de la Serie Mundial
El barranquillero llevó al triunfo a los Gigantes de San Francisco y fue el MVP.
La noche del 1o. de noviembre de 2010, en Arlington, estado de Texas, el Rangers Ballpark quedó enmudecido. Fueron 51.920 las que vieron irse sus esperanzas con un batazo en línea por todo el fondo del jardín izquierdo-central, que caminó más cuatrocientos pies para darles un golpe en el alma.
Los texanos solo pudieron contemplar aquella figura corriendo las bases. No hubo, ‘bat-flip’, golpes de pecho, ni gritos al aire. Solo la silenciosa figura de Édgar Rentería que impuso respeto practicando la humildad y que apenas celebró con sus compañeros las tres carreras empujadas al home.
Esas tres carreras significaron tantas cosas. Una Serie Mundial para los Gigantes de San Francisco luego de cinco década de martirio y el inicio de un proceso ganador para ellos.
Para Rentería, un instante de redención máxima, luego de una temporada donde las lesiones lo dejaron más tiempo en la banca que en el campocorto. Era el regreso triunfo a donde casi siempre estuvo, el éxito deportivo. Además, un boleto de viaje sin regreso a la gloria de ser el Jugador Más Valioso, o MVP por sus siglas en inglés.
Máxima tensión
Volviendo al turno de esa noche, la situación era apremiante. Con la Serie Mundial 3-1 a favor de los Gigantes, era una oportunidad única para sentenciar de una vez por todas. Ese día, hasta el séptimo capítulo, lo que había era un duelo de lanzadores. Por los Rangers, Cliff Lee estaba inmenso, mientras que San Francisco iba de la mano de un indescifrable Tim Lincecum.
La cosa estaba así, Rentería llegó al plato con dos hombres corriendo en las almohadillas, en segunda y tercera. La primera desocupada, el barranquillero estaba encendido y fue ahí cuando Guillermo Celis -el popular relator de la cadena ESPN- lo dijo: “la primera está vacía”, la sugerencia a Lee de darle el tiquete intencional cayó, por fortuna, en oídos sordos.
Un instante antes, Patt Burrell había fallado con un elevado sin complicación para los guardabosques y había desaprovechado la oportunidad de romper el cero. La gloria, toda entera, estaba predestinada para el ‘Niño de Barranquilla’.
El gran batazo
Lee empezó su faena con el barranquillero que esa noche estaba ‘peligroso’ de 2-0. El primer lanzamiento fue una bola adentro. El segundo pitcheo, bola alta y afuera. Rentería no movió el bate. El siguiente, por todo el centro del plato.
Fue en ese momento que Édgar usó cada gota de poder que en su cuerpo le quedaba luego de un año difícil. Fue cuando su voluntad se impuso sobre todas las cosas, cuando su bate fue de plata como en otras tantas noches doradas. Swing de barda.
La bola comenzó a volar y duró siete segundos para caer. Fue a dar más allá de la pared de los jardines izquierdo-central. Cuadrangular de tres carreras. 3-0.
Era la locura, San Francisco y Barranquilla, el cordón umbilical de la emoción del batazo hizo vibrar por el igual a la bahía que a Montecristo, hizo temblar con la fuerza de su batazo tanto al Golden Gate como al Puente Pumarejo.
Con esa ventaja, Lincecum apenas y se dejó batear un cuadrangular en las entradas siguientes, obra de Nelson Cruz, que no encontró a nadie en bases y por tanto apenas y arañó una rayita en la pizarra.
En la octava entrada entró a relevar Bryan Wilson. La ‘Barba’ hizo su labor, puso los ceros y ponchó al último bateador. Todo estaba consagrado y los Gigantes de San Francisco se llevaban toda la gloria, en un campo visitante que con respeto vio festejar a los nuevos reyes.
Ahí, en el campocorto, el tercera base Pablo Sandoval y el segunda base Freddy Sánchez abrazaban a Rentería, querían cargar al hombre de los milagros. Emoción que era indescriptible, donde todos se volvían como Édgar, como un ‘niño’.
Sentado con inmortales
No fue caer el out 27, para que el portón a una tribuna sagrada se le abriera de par en par al barranquillero. Hasta ese día, solo tres peloteros habían definido dos Series Mundiales con sus batazos ganadores. Joe DiMaggio, Lou Gherin y Yogi Berra lo esperaban ahí para darle la bienvenida.
No contento con eso, además de añadir su segundo anillo a su mano, Rentería se transformó en el primer colombiano en ser seleccionado como MVP de un ‘Clásico de Otoño’. Sus números no le daban chance a más nadie. Terminó con un promedio a la ofensiva de.412, dos cuadrangulares y seis carreras impulsadas.
Hoy en día, la enorme estatua en bronce que está a las afueras del nuevo estadio de béisbol inmortaliza el swing de ese batazo ganador. Al verlo, el corazón de los fanáticos colombianos late con la misma fuerza que le puso esa noche de hace diez años al madero y lo cierto es que su leyenda viajará más lejos que esa pelota que lo consagró entre los más grandes.